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Poema libre 2

Aprender a confiar Aferrarme a la lógica y los hechos. Vos sabés que no me gusta tener que adivinarte. “Que el destino lo decida, todavía tengo tiempo”, dicen. Pero no para siempre. Quedarme adentro de mi caparazón donde tengo las mejores vistas. Donde nadie puede entrar. Donde vos no podes entrar. ¿Qué pasaría si preguntás y no tengo la respuesta? ¿Qué pasaría si dejo que me veas y no te gusto? ¿Y si me conocés y te decepcionás? Calcular silenciosamente todos tus movimientos, buscando tu error. Tratando de encontrar una justificación para volver a cerrarme. Para no volver a romperme. ¿Qué pasaría si me equivoco y elijo mal? ¿Qué pasaría si sos igual al resto? ¿Y si te abro la puerta sólamente para que me destruyas desde adentro? Pero hay cosas peores que mi destrucción total. El miedo es más grande cuando algo vale la pena. ¿Qué pasaría si encuentro un refugio en vos? Salgo de mi caparazón y estiro mi brazo con miedo a que me queme tu ternura. ¿Qué pasaría si me aceptas tal como soy?...

Autobiografía

Mi nombre completo es Florencia Lucia Villa. Cuando era más chica odiaba mi nombre. No sé por qué pero había algo que no me gustaba. Eso con el tiempo fue cambiando y ahora me encanta. Capaz sea un reflejo de cómo me veo a mí misma, o simplemente solo sea un nombre. Vivo en Vicente López, toda mi vida siempre fuimos mi papá, mi mamá, mi hermana y mi perro. Nunca fui de tener muchos amigos, pero los que tengo los guardo conmigo y los cuido para siempre. Soy una persona bastante intuitiva y espiritual. Muchas veces tengo sueños que después trascienden a la realidad o pensamientos que se manifiestan en el plano físico. A veces la gente piensa que estoy delirando o que simplemente son coincidencias, pero yo creo que todo pasa por una razón. Podría decirse que soy la verdadera “ojo de loca, no se equivoca”. En mi infancia, la gente empezó a clasificarme como tímida o reservada. Por parte tenían sus razones pero por otro lado, esa etiqueta desató una gran crisis de identidad con la que tuve ...

Poema libre

  Lo que brilla también se esconde Llevo mi luz en una caja de cristal. Transparente para que todos la puedan ver. Brilla tanto que hasta puede encender la luz de los demás sin apagarse. Me guía por todos los caminos, incluso laberintos. Pero no siempre está conmigo. Los días más lluviosos y atormentados, un viento frío sopla ferozmente hasta arrebatar la caja de mis manos. El cristal se rompe en mil pedazos y mi luz se va volando. No lo voy a pensar dos veces. Voy a volver a ese bosque oscuro, no tengo nada que perder. Ya sé el camino. Sé en dónde está la trampa. En dónde me voy a caer y lastimar. En dónde puedo encontrar un lugar seguro entre tanto ruido. No voy a parar hasta encontrar mi luz. No importa cuanto tiempo me tarde.  No es una tarea fácil. Los errores están siempre en el mismo lugar, pero la salida cambia cada vez que entro al bosque. No hay mapa ni ayuda, solo el recuerdo de mis visitas anteriores. A veces el bosque me pide que me mueva, otras que me quede quie...

Cuento policial (en segunda persona)

  No abras ese sobre No sabrás por qué elegiste ese café, entre tantos. Quizás el cartel torcido, la camarera con ojeras profundas o simplemente el olor a humedad que te recordará ese día. Pero entrarás. Y lo harás de nuevo. Como cada vez. Te sentarás junto a la ventana, pedirás un café doble y abrirás el sobre.  No lo abras aún. Esperá. Miralo primero. El papel será amarillo, de esos que solo usan los que quieren ser notados. No llevará remitente, sólo tu nombre escrito. Cuando lo abras, verás una sola cosa. Una foto en blanco y negro, lo de siempre. Una mujer joven, de espaldas, frente a un espejo, con la cabeza girada apenas hacia la cámara. El rostro apenas visible. No es clara. No hace falta. El tatuaje de dragón en su omóplato derecho es suficiente. Lo reconocerás de inmediato. Te levantarás de golpe. Dejarás caer la silla. Pagarás sin mirar y caminarás durante diez cuadras. Luego marcarás el número. El mismo de siempre. El que prometiste no volver a marcar. —¿Dónde la e...

Poema

  La espera Mientras camino por las mismas calles de siempre, recuerdo tu forma delicada de mirarme. Una mirada tímida que se esconde detrás de la indiferencia. Sentir tus manos suaves acomodándome un mechón de pelo en esta misma esquina. Escuchar la melodía de tu voz diciéndome que te vas a quedar un rato más. Que no te vas a ir. No ahora. Oler tu aroma caramelizado que se impregna fuertemente en mi ropa. No te vas a ir. No ahora. Pero al lavar mi ropa vas a desaparecer por completo. Todavía puedo verte pero ya no estás ahí. Te veo pero no estás conmigo. Te veo pero solo en mis sueños donde tu regreso es una ilusión. Una ilusión donde me decís todo lo que no me dijiste. Todo lo que te guardaste por miedo a mi respuesta. Todo lo que está contenido por miedo a hablar y no poder volver atrás. El tiempo corre y vos también. Todo queda indefinido. Me dijiste que te ibas a quedar un rato más. Que no te ibas a ir. No ahora. Intento alcanzarte pero tu armadura es más grande que mi esperan...

Reseña de Tres Luces

  Letra Viva El descubrimiento de un hogar donde no hay secretos ni escasez: reseña sobre Tres luces de Claire Keegan Estamos acostumbrados a un mundo donde la literatura muchas veces se apoya en giros narrativos ruidosos o personajes complejos, pero Tres luces de Claire Keegan destaca por su delicadeza, su contención y su humanidad. Publicada en 2010 y reeditada recientemente, esta breve novela se convierte en una lectura indispensable para quienes buscan historias íntimas, sutiles y emocionalmente profundas y cargadas de sentido. Claire Keegan es una autora irlandesa conocida por su trayectoria en el género del cuento. Sus libros, como Cosas pequeñas como esas y Antártida, han sido traducidos a más de veinte idiomas y reconocidos por su precisión narrativa, su mirada ética y la profundidad de sus personajes. Tres luces no es la excepción, el relato, aunque corto, explora el sentido de encontrar un lugar de pertenencia donde seamos queridos y amados, dejando una huella permanente ...

Cuento final

El último regalo La familia ya había comido. En el comedor quedaban los rastros del vitel toné, la sidra abierta, las servilletas arrugadas y los niños emocionados corriendo por la casa. En la televisión, el especial navideño. Faltaban veinte minutos para las doce. -¿Y si abrimos los regalos ahora? - preguntó Tomás impaciente. -Nada de eso. Faltan veinte minutos. Hasta que no suenen las doce, no se abre nada. - dijo su madre. La abuela Mercedes se acomodó en su sillón. Tenía la copa de vino en la mano y una sonrisa que parecía más contenida que alegre. -¿Quieren que les cuente una historia? - preguntó. -Otra vez con tus cuentos de miedo - exclamó el padre, cansado de las historias de la abuela. Los nietos se juntaron a su alrededor. El ventilador de techo giraba lento y en la casa todo olía a calor, a frutas secas y un leve perfume de lavanda. -Esta es una historia real. Pasó hace mucho, cuando yo tenía la edad de ustedes. Casi todos se habían olvidado, pero no yo. Porque esa historia ...