Autobiografía

Mi nombre completo es Florencia Lucia Villa. Cuando era más chica odiaba mi nombre. No sé por qué pero había algo que no me gustaba. Eso con el tiempo fue cambiando y ahora me encanta. Capaz sea un reflejo de cómo me veo a mí misma, o simplemente solo sea un nombre. Vivo en Vicente López, toda mi vida siempre fuimos mi papá, mi mamá, mi hermana y mi perro. Nunca fui de tener muchos amigos, pero los que tengo los guardo conmigo y los cuido para siempre. Soy una persona bastante intuitiva y espiritual. Muchas veces tengo sueños que después trascienden a la realidad o pensamientos que se manifiestan en el plano físico. A veces la gente piensa que estoy delirando o que simplemente son coincidencias, pero yo creo que todo pasa por una razón. Podría decirse que soy la verdadera “ojo de loca, no se equivoca”.

En mi infancia, la gente empezó a clasificarme como tímida o reservada. Por parte tenían sus razones pero por otro lado, esa etiqueta desató una gran crisis de identidad con la que tuve que trabajar durante años. Recién el año pasado aprendí a definirme a mi misma y no dejar que otros me encierren en una categoría. Al final cada uno percibe el mundo de formas distintas y todos tienen su propia versión. Así que mientras algunos me describan como tímida, otros les dirán que nunca paro de hablar. 

En el colegio era aplicada, responsable, me iba bien. Mis papás nunca me presionaron académicamente así que pude tener un trayecto tranquilo durante esa etapa. El primer libro que leí toda mi vida fue “El oso que no lo era” de Frank Tashlin. Todavía me acuerdo esa imagen de estar en primer grado, cuando el colegio había convocado a todos los padres a que presenciaran una clase en donde cada uno tenía que leer una parte del libro. Las profesoras siempre le decían el mismo comentario a mis papás. “Florencia es muy buena alumna, super atenta y muy fluida en la pronunciación del inglés”. 

En secundaria, llegó lo peor, la adolescencia. Ese momento en el que te replanteas toda tu identidad y empiezas a definir lo que te gusta y lo que no. Por suerte no tuve una adolescencia muy difícil, me pasaron cosas como a todos, lo normal. Lloré, me enojé, me pregunté, dudé, me escondí, me perdí y me encontré. Finalmente, en mi último año llegó lo segundo peor, elegir la carrera. Otra vez repetí ese proceso molesto, lloré, me enojé, me pregunté… y encontré mi respuesta. No fue fácil, soy una persona que puede llegar a tener muchos intereses y siempre estoy cambiando y pasando a algo nuevo. Nunca me conformo con algo concreto, siempre pienso que hay algo mejor. Estaba pensando en elegir diseño gráfico pero no estaba del todo convencida. Hasta que un día, cenando con mi familia, salió el tema y ellos me preguntaron “para qué soy buena”. Pregunta compleja pero efectiva porque a partir de esas palabras encontré mi respuesta. 

Elegir la carrera de Comunicación Social fue aceptar un reto. Generalmente, las personas eligen arquitectura, ingeniería o abogacía. Todas carreras que cumplen el estereotipo de que son “bien pagas”. Durante el proceso de elección, tuve mis intereses dispersos, ninguna me llamaba realmente. Con esa pregunta de mis papás me di cuenta que mi elección de diseño gráfico era más por conformidad que por pasión.   

Siempre me gustó la publicidad, la producción visual y la escritura. Encontré que mi don de ser intuitiva y observadora, activa algo muy importante. La capacidad para leer a las personas. Casualmente, tanto como para la publicidad como para la comunicación en general, uno tiene que saber qué mensaje quiere dar. Mi mente creativa, expresiva y emocionalmente profunda se adapta bien al lenguaje publicitario, donde hay que impactar, seducir y provocar emociones con pocas palabras o imágenes bien pensadas. Soy muy curiosa, sé conectar con lo simbólico y transmitir algo más que lo obvio. A veces siento que tengo una capacidad de visión extendida donde veo cosas que el resto no ve, y aunque eso puede ser frustrante, también me permite expandirme hacia lugares poco convencionales.

Hoy en día puedo decir que estoy convencida y decidida que acá es donde tengo que estar. A veces me pongo a pensar cómo sería estar estresada tratando de dibujar algo que no parezca hecho por un niño y la verdad que estoy contenta con mi decisión final. Siempre fui una chica de ciencias sociales. En el colegio me encantaba historia, sociología, filosofía, psicología, literatura, etc. Nunca me gustó el pensamiento cuadrado de las ciencias naturales porque siempre supe que estaba destinada a reflexionar y cuestionar todo. Un dato curioso, cuando era más pequeña quería ser maestra. Uno pensaría “seguro le gusta enseñar”. Pero no, yo quería ser maestra para poder pegarle a los chicos. Razón bastante macabra que no sé de dónde salió, pero solo quiero decir que los niños de hoy tienen suerte de que yo no elegí ser docente. 

Después de ese dato descolocante, voy a pasar a algo más pacifico como lo es la literatura. Nunca fui de leer muchos libros, sí me gustaban los libros que leía en el colegio pero hasta ahí. Capaz es porque prefiero hacer otras cosas o porque no me siento en el momento perfecto para leer. Pero en general, nunca me disgustó, es una pasión que aparece de a ratos y cuando aparece la aprovecho al máximo. Con respecto a la escritura, el año pasado en octubre, después de una crisis existencial, empecé a escribir en un diario. Mis amigas siempre me recomendaban escribir lo que sentía en un cuaderno pero nunca entendí la onda. Siempre que escribía algo no me gustaba, sentía que era inservible y poco profundo. Pero como dice el dicho, mejor tarde que nunca. 

Ese 5 de octubre de 2024, agarré un cuaderno naranja, bastante feo, que tenía en mi cajón y empecé a escribir. Me atrevo a decir que fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida. No solamente porque me hacía bien, sino que encontré cierto disfrute en la escritura. Tenía esa libertad de expresión en donde podía escribir como quiera y cuando quiera. Podía decidir que versión contar y qué historia iba a quedar registrada en ese papel. Mucha gente a veces no se toma muy enserio los diarios, capaz escriben palabras sueltas o guardan borradores de poemas que alguna vez intentaron hacer. Pero a mí me gusta ir más allá de eso, más allá del momento presente. Cuando escribo, escribo para mí, para Florencia del futuro. Para que ella, en  unos años, relea esa versión del mundo y sepa que es de ella y de nadie más.


Comments

Popular posts from this blog

Cuento final

Diario