Cuento policial (en segunda persona)

 No abras ese sobre


No sabrás por qué elegiste ese café, entre tantos. Quizás el cartel torcido, la camarera con ojeras profundas o simplemente el olor a humedad que te recordará ese día. Pero entrarás. Y lo harás de nuevo. Como cada vez. Te sentarás junto a la ventana, pedirás un café doble y abrirás el sobre. 


No lo abras aún. Esperá. Miralo primero. El papel será amarillo, de esos que solo usan los que quieren ser notados. No llevará remitente, sólo tu nombre escrito. Cuando lo abras, verás una sola cosa. Una foto en blanco y negro, lo de siempre. Una mujer joven, de espaldas, frente a un espejo, con la cabeza girada apenas hacia la cámara. El rostro apenas visible. No es clara. No hace falta. El tatuaje de dragón en su omóplato derecho es suficiente. Lo reconocerás de inmediato.


Te levantarás de golpe. Dejarás caer la silla. Pagarás sin mirar y caminarás durante diez cuadras. Luego marcarás el número. El mismo de siempre. El que prometiste no volver a marcar.


—¿Dónde la encontraste?


La voz al otro lado no responderá enseguida. Respirará fuerte. Como si tuviera que inventar otra vez la misma mentira.


—Ella vino sola. Dijo que quería hablar contigo. Dijo que tenía algo que contarte.


No preguntes más. Irás. Subirás las escaleras del viejo edificio. Tres pisos. Cuarenta y cuatro escalones. Ya los contaste. Los contás siempre. Golpearás la puerta cinco veces. Nadie abrirá. Pero estará sin llave. Empujala.


Adentro olerá a encierro. A flores secas. A traición. Ella estará sentada frente a la ventana. No hablarás. Tampoco ella. No todavía.


—No fue como pensás —dirá—. No estaba con él. Fuiste vos quien malinterpretó. Pero eso ya no importa.


No te moverás. Ella tampoco. La tensión estará a un paso de romperse. Y entonces lo dirá, otra vez.


—Fui yo quien llamó a la policía. Lo maté. Lo tenía que hacer.


Mentira. Lo sabrás. Lo notarás en la forma en que evite tu mirada. En el leve temblor de sus dedos al acariciar el dragón en su espalda.


Te pedirá que le creas. Que entiendas. Que todo fue un error. Que él se lo merecía. Que no quería hacerte daño.


Creerás una parte. Fingirás creerla entera.


Pero ya sabés que no es cierto. O que sí lo es, pero no de la forma en que ella lo dice. Lo mató, sí. Te mató. A vos. Y sin embargo, estás acá. Mirándola. Preguntándote si fue por celos, por miedo, por defensa. No lo recordarás bien. No lo recordarás nunca.


Después saldrás. Caminarás sin rumbo fijo. Te jurarás no volver. No buscar más respuestas. No abrir más sobres. Pero lo harás. Siempre lo harás.


Porque estás muerto. Hace dos años exactos. Lo leíste en un diario viejo, una vez. “Hombre encontrado muerto. Sospechan de su pareja”. 


Y sin embargo, cada vez volvés. A buscarla. A acusarla. A escuchar su confesión, que no importa si es falsa o verdadera. El guión ya está escrito. Volverás al café mañana. El sobre estará esperándote. La foto será la misma. Y entonces todo comenzará de nuevo.


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