Cuento del secreto
Tu nombre en dorado
Siempre me decían que tenía mucha imaginación. “No inventes cosas, Maria”, decía mamá. “Las chicas solo están jugando”, decía la abuela. Pero yo sé lo que vi. Yo sé lo que escuché, lo que entendí y lo que nunca voy a poder probar.
Mis primas, Sofía y Martina, eran inseparables. De esas que se hablan con los ojos y que piensan lo mismo. Si alguien decía algo en la mesa, ellas se miraban, como si estuvieran teniendo una conversación que nadie más estaba escuchando. Ellas pueden pasar horas encerradas en su cuarto, hablando y riéndose bajito. Al principio pensé que era cosa de hermanas. Después, que era cosa de adolescentes. Pero hubo un día en que supe que había algo más.
Todo empezó con un chisme. Era domingo, habíamos terminado de almorzar con la familia y las tres estábamos en el living. Yo fingía dormir la siesta en el sillón y me quedaba escuchando.
-No sabés lo que pasó. Ayer, Camila me contó que gusta de Matias desde hace un tiempo. Pero hace unas semanas, Josefina me había dicho que otros dos chicos del grupo estaban detrás de ella también. Uno con novia, y el otro, que es tan tímido que ni se atreve a dar un paso.- dijo Martina.
Sofía se rió.
-¿Y Mati?
-Mati coquetea con ella. Pero Cami dice que lo hace solo porque le gusta la atención. No porque le guste de verdad.
Hubo un silencio. Yo pensé que se habían ido. Pero entonces escuché cómo abrían la caja. La de las cartas. Esa caja negra con un símbolo en dorado que de vez en cuando veía que la usaban. Siempre que veía esa caja, algo cambiaba después.
A la semana siguiente, surgieron nuevos chismes. Cami se alejó del grupo, Matias era rechazado por cada chica que le hablaba, el que estaba de novio corto con su novia y el tímido se volvió un extrovertido que no paraba de hablar. Nadie entendía por qué. Nadie, excepto yo.
Desde entonces empecé a observarlas con más detalle. Siempre hacían lo mismo. Escuchaban algo, se miraban, y a la noche, el mazo aparecía. Era como un ritual sagrado donde Martina barajaba y Sofía decía nombres. Algunas cartas eran brillantes, otras se veían viejas, manchadas. Pero las cartas no eran importantes, sino lo que hacían con ellas. Porque de un día a otro, la realidad cambiaba. Como si ellas pudieran manipular la realidad.
Yo sabía que estaba sola en esto. Sabía que nadie me iba a creer. Porque ser la menor de la familia me condena a no ser escuchada. Porque esta misión era algo que yo sola tenía que resolver.
Una tarde no aguanté más. Las esperé en la cocina, fingiendo que buscaba galletitas.
-¿Qué hacen con las cartas?- pregunté con firmeza.
-¿Qué cartas?- dijo Sofia haciéndose la desentendida.
-Las del oráculo. Las de la caja negra.
Martina se sentó en la mesa y cruzó los brazos.
-No deberías meterte en cosas que no entendés.
-Entonces explíquenme. ¿Cómo sabían lo de Camila? ¿Cómo sabían que todo iba a pasar como pasó?
Se miraron. Esa mirada típica de ellas que me daba bronca, porque era como una puerta cerrada a la que yo nunca iba a tener llave.
Sofía bajó la voz.
-A veces no hay que saber. Solo hay que dejar que las cosas pasen.
-¿Y si yo no quiero que pasen? ¿Por que ustedes pueden decidir que pasa y que no?
Martina sonrió, pero no fue una sonrisa amable.
-Vos todavía crees que elegimos.
No supe si me estaban hablando en serio o jugando. Pero ante la duda, me fui corriendo al cuarto. Esa noche no dormí. Nada me hubiera preparado para lo que pasaría al día siguiente.
Cuando me desperté, las cosas se sentían distintas. Mis papás no hablaban. La abuela miraba la tele, pero no parecía prestarle atención. Sofía y Martina estaban más tranquilas que nunca. Como si todo estuviera en orden. Como si fuera cualquier otro día.
Después de comer, subí a mi cuarto y sobre mi cama, había una carta. Era negra y solo tenía una palabra escrita con tinta dorada: “Maria”.
La caja de cartas ya no estaba donde la escondían. Ahora estaba en mi mesa de luz. Y estaba abierta. El aire cambió. Como si el tiempo esperara algo.
Entonces lo entendí. No estaban manipulando el mundo. Lo estaban preparando. Y ahora me tocaba a mí.
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